MI MÁS SINCERO AGRADECIMIENTO (JULIA ZENKO EN MADRID)

Hace tan sólo unos meses, el nombre de Julia Zenko no significaba nada para mí. Ni siquiera hubiera podido identificar su procedencia, con esa mezcla de nombre y apellido en apariencia aleatoria.

Por circunstancias personales, alguien muy cercano a mí me habló de “María de Buenos Aires” hace un tiempo y, como no podía ser de otro modo, el nombre de Julia Zenko apareció enganchado inmediatamente después. Un simple vídeo de Youtube empezó a iluminar el camino que hace unas noches, en el Teatro Galileo, terminó por deslumbrarme del todo.

Unas semanas antes del concierto, y desde el blog de música del que formo parte, contactamos atrevidamente con ella a través de las redes sociales, con la remota ilusión de acceder a ella y hacerle una entrevista para mostrar en nuestra plataforma. Para nuestra sorpresa, su respuesta fue inmediata, y contestó con interés a unas preguntas formuladas desde la admiración más sincera.

Esa noche pude ponerle cara, y sobre todo voz, a esa idea aún por definir que tenía de quien aún no conocía en persona, ni había escuchado más que en grabaciones.

Apenas un par de metros me separaban de Julia Zenko, que nada más salir derramó en la sala un sentimiento, antes incluso de comenzar a cantar, que no sólo fue recogido por la gran mayoría de compatriotas que llenaban la sala, sino por mí también, que ni soy argentina, ni conocía la mayoría de las canciones que iba a interpretar. Que alguien que en principio no tiene mucho en común contigo pueda, a través de la música, convertirse en imprescindible, es un mérito que muy pocos artistas poseen.

El primer tema elegido, absolutamente desconocido para mí, ya me puso sobre aviso. Éste no iba a ser un concierto más, no iba a ser una salida de jueves trasnochado. Esto que estaba a punto de ocurrir era algo que el destino me tenía guardado para llegar y desordenarme. Mi más sincero agradecimiento.

Donde parece el sol no alumbrar, donde se muere de soledad, en lo más hondo de esta quietud, donde ocultó la sangre la luz; donde agoniza un ángel guardián y se nos pudre el agua y el pan yo canto versos del corazón y los enciendo en una canción

(Canto versos, Jorge Fandermole)

Estuve por levantarme y parar por favor el concierto. No era capaz de procesar tanta información para el alma, como a borbotones. Necesitaba tiempo, tiempo para escuchar, para repetir, para procesar, para reflexionar. Pero la poesía seguía cayendo incesante desde la garganta de esta mujer cantora, grande.

Vamos, decime, contame todo lo que a vos te está pasando ahora Porque sino cuando está el alma sola llora, hay que sacarlo todo afuera, como la primavera nadie quiere que adentro algo se muera hablar mirándose a los ojos sacar lo que se puede afuera para que adentro nazcan cosas nuevas

(Soy pan, soy paz, soy más. Piero)

Lo que fue ocurriendo después fue un derroche de sentimiento, de voz, de ojos mirando, de palabras como golpes en la mesa, de palabras como caricias apenas. Ella cantó, gritó, susurró, habló, rió y nos dejó los cuerpos afuera de la sala, las almas sólo en las butacas.

Con las alas del alma desplegadas al viento más allá del asombro, me levanto entre escombros sin perder el aliento y me voy de las sombra por algún filamento y me subo a la alfombra con la magia de un cuento.

(Con las alas al viento, Eladia Blázquez)

No podría decir cuánto duró el concierto, que ya no era un concierto, sino un hueco en la vida para llenarlo con todo lo importante y luego proseguir. A la salida, la sensación de haber vivido algo único y ojalá repetible. Ese “Gracias a la vida” fue el final. Pero el principio.

Hace tan sólo unos meses, el nombre de Julia Zenko no significaba nada para mí. Mi más sincero agradecimiento.

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